viernes, septiembre 02, 2005

Un atardecer en el hotel Paradise..

Salón reformado que aún conservaba detalles de su época, cortinas blancas, techo de madera y ventanales a los cuales la vista les pintaba los vidrios azules y amarillos, casi naranjas.
Desconocidos que a pesar de los números se hacían multitud para mi cualidad de extraña. Candelas que permanecían apagadas, el ambiente solo contaba con los rayos lumínicos que se filtraban por las ventanas, la luz tenue le daba un estilo agradable al lugar.
Le eché una mirada, detallista por cierto, a mi entorno y ví un extraño no tan extraño, el notó que lo observaba con detenimiento y con amabilidad me regalo una mirada de un hola, tal vez, yo pensé que al seguir mirándolo causaría su incomodidad así que esquivé por unos instantes su rostro. Pero algo me atraía a él, como si tuviera un imán para mis ojos, mi mente creaba situaciones, imaginaba su intimidad, su nombre, el olor de su piel.
Indudablemente volví a mirarlo, ya no escuchaba más las voces ajenas, ni los susurros del mar traspasando las paredes, solo él ocupando mi todo. A la segunda mirada percibí el color de sus ojos, marrones claros, su tez blanca, su pelo castaño, sus manos jugando entre sí y la expresión de sus ojos, como perdidos.
Se mantenía parado escuchando una conversación poco interesante por lo visto, mientras yo me mantenía a un costado de la habitación, observando cada gesto de su cuerpo, emanaba pureza y complejidad.
Luego de un rato me fuí a una ventana a ver el atardecer de ese día de septiembre, lo recuerdo muy bien. Un reflejo me dibujó una silueta acercándose, y con nervios supuse que era él, se paró a mi lado y trás varios segundos de mirar el paisaje comento acerca de lo agradable que es alejarse de las personas y sus palabras. Se presentó y me invito a caminar por la playa, el era lo que yo imaginé instantes atrás, disfrutaba la lectura y amaba las tormentas, como yo.
No podía dejar de desear sus labios, ni de mirarlo. Por un atardecer ese vacío constante se esfumó... después de tres horas, aproximadamente, nos dirigimos a mi departamento, al llegar a la puerta, nos besamos tan dulcemente y lo invité a pasar a tomar un café o un té, después de una charla intensa en el living, pasamos a mi cuarto.
La forma en la que su boca encajaba con la mía y ante cada gesto de mi rostro el me regalaba una sonrisa, me estremecía de tal manera que todavía hay vestigios de el en mis manos. Al amanecer, completamente exhausta, cerré mis ojos, con su cuerpo a mi lado, al abrirlos el mismo vacío en mi cama, enredada entre las sábanas con mi piyama blanco y en la mesita de luz un papel. Nuestro encuentro terminado en la puerta con un beso y el intercambio de teléfonos.

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